Amida, el buda de la luz infinita.
A punto de terminar el siglo X, los japoneses creían que una nueva era estaba a punto de empezar. Así, pensaban que sería en el año 1052 cuando un largo periodo de degeneración de las enseñanzas budistas se instauraría.
Este período terminaría con la llegada del siguiente Buda, pero por medio de la compasión de Amida, los seres humanos podrían salvarse.
Según la creencia japonesa, Amida (Amitabha en sánscrito) acoge en el Paraíso Occidental a las almas renacidas de los creyentes devotos.
En aquellos siglos, la diferencia social en Japón era importante. El buen karma lo podían obtener los que tenían dinero, esto es, los príncipes o jefes militares por medio de la construcción de templos, estatuas o la copia de sutras (textos canónicos budistas). El resto de personas no podían conseguir el renacer en el paraíso.
Sin embargo, las personas que se dedicaban a predicar el budismo de la tierra pura, Jodo, decían que Amida sólo pedía una única acción para conceder a los creyentes un renacimiento glorioso. Debían de recitar vehementemente el cántico budista Namu Amida-butsu que significa “Salve al Buda Amida o Confío en el Buda Amida”.
Al igual que hizo el sacerdote Kuya en el siglo XII, en el siglo posterior existió otro monje budista japonés, su nombre era Ippen, que se dedicó a ir predicando por los diferentes rincones de Japón. De esta forma, Ippen no se cansaba de recitar Namu Amida-butsu para que las personas de a pie pudieran también tener el renacimiento anhelado.